Consideraciones sobre el género en la Intervención socio educativa y psicosocial
Fecha: 25/11/2016
Autor: Shaila Fernández.
Cargo: Educadora Social de Agintzari SCIS
Agradecimientos a las compañeras de la comisión de igualdad, por su labor, sus grandes e imprescindibles gafas moradas, y por sus aportaciones al texto.
Ser leído como hombre o como mujer al nacer y socializarse de manera diferenciada en estas identidades no es gratuito, ni casual, no responde a una tendencia natural ni evolutiva, si no que se sostiene dentro de una lógica sociocultural legitimada por una sociedad patriarcal, donde las diferencias biopsicosociales entre hombres y mujeres sirven para apuntalar situaciones de incuestionable desigualdad y justificar la subordinación de las mujeres.
El género, es una intersección fundamental de nuestra identidad, que condiciona nuestras representaciones psíquicas, nuestras identificaciones, los roles que desempeñamos y nuestra forma de relacionarnos. Entonces, ¿Por qué no se tiene en cuenta de manera prioritaria la identidad de género para analizar y valorar situaciones de desprotección, dependencia y exclusión? ¿Por qué no se evalúa con la profundidad requerida los factores de protección y riesgo que acompañan a las particularidades del género? ¿Y por qué, de la misma manera, no conseguimos acertar a la hora de hacer una intervención que tenga en cuenta esta intersección y sus condicionantes? ¿Acaso negar las especificidades del género no es negar sutilmente la desigualdad implícita y explícita que conlleva el hecho de devenir mujer en una sociedad patriarcal?
Tener en cuenta estas peculiaridades intrínsecas al género (como construcción socio cultural) y al Sexo (como determinante Biológico) conlleva colocarse las gafas moradas y hacer un análisis de género del malestar y las relaciones con las que diariamente tenemos que trabajar. Esta perspectiva de género de la que hablamos, ha tenido históricamente la finalidad de resignificar la construcción subjetiva y social de la historia, la sociedad, la cultura y la política desde las mujeres y con las mujeres ‘ (Largarde, 1996), este enfoque, como la propia Lagarde define, se inscribe dentro del paradigma teórico histórico-crítico y es una aportación del movimiento feminista que exige una concepción epistemológica que estudie la realidad desde la mirada de los géneros y sus relaciones de poder.
Es un hecho incuestionable reconocer que las mujeres están en una situación de subordinación explícita, experiencia que se ve agudizada cuando ahondamos en las diferentes categorías de discriminación (Jabardo, 2012) como son la clase social, la etnicidad, la religión, la orientación sexual, la nacionalidad o la discapacidad, lo que no es más que el reflejo de una sociedad atravesada por la desigualdad, donde ser mujer es, nos guste o no, un factor de riesgo.
Para visualizar esto en nuestra práctica cotidiana, pensemos en el sufrimiento de las mujeres, en los conflictos relacionales que comparten con nosotras en los espacios de intervención, en las psicopatologías y enfermedades que presentan, en el estilo relacional que practican, en el rol que ejercen en los sistemas familiares. Todas y cada una de estas realidades y experiencias que rodean a las mujeres, están determinadas por haber nacido con caracteres sexuales de mujeres, por haber sido instruidas y socializadas en femenino y por tener que relacionarse empujadas por los mandatos de género, en un contexto que las dice de manera sutil en algunos casos, y explícitamente violenta en otros, que son un sexo subalterno e inferior.
Este lugar de subordinación influye en la construcción de nuestra identidad, si estás ubicada en un lugar desigual es normal que puedas sentirte menos capaz, que no identifiques claramente tus deseos, que no aprecies tu cuerpo, que no priorices tus necesidades y te veas a menudo reflejada en la mirada del otro y condicionada por su juicio, que tengas dificultades para gestionar la soledad, que tiendas a valorarte a partir de las opiniones ajenas, que las necesidades de los demás estén por encima de las tuyas, que te resignes a sufrir por tus hijos/as, tu pareja, tus padres, y que aunque no quieras cuidar, si no ejerces de cuidadora principal te sientas culpable etc (Távora, 2013) Estas representaciones y mandatos de género pesan en las emociones y en la identidad de las mujeres, son factores de riesgo y han de ser tenidas en cuenta en cualquier intervención psicosocial o socio educativa que quiera hacer frente a las subjetividades que provocan que el hecho de ser mujer llegue a ser una fuente de vulnerabilidad, fragilidad, y malestar.
Es importante subrayar que los hombres y las mujeres tenemos diferencias en la organización psicológica y en las líneas de nuestro desarrollo, diferencias en los patrones que conforman nuestra identidad y en los malestares cotidianos. Estas diferencias gestadas por la socialización se han convertido en desigualdades que constituyen relaciones de poder o cánones de dominación y sumisión abusivos cuya punta del iceberg son las muertes por violencia machista (Braidotti, 2004) Esta violencia machista tiene una raíz relacional que empieza en los primeros contextos de socialización, analizar el problema de la violencia en términos Víctima/Agresor, es de una limitación epistemológica evidente, para entender el fenómeno de la violencia hay que entender la subjetividad de las relaciones de género en todos los ámbitos de la vida. Como diría Annete Kreuz, terapeuta de familia y pareja, las personas que intervenimos en el ámbito psicoeducativo tenemos que disponer de ‘una actitud inicial de irreverencia con los establecido y las normas tradicionales’.
Sin embargo, los mandatos de género no tienen porque generar contradicciones e incluso pueden ser vividos con satisfacción y bienestar, lo que no significa que cuando las mujeres expresan conflictos relacionales o malestar emocional no debamos fijarnos en esos mismos mandatos como elementos que comprometen la salud mental. Uno de estos mandatos, y podríamos decir que el fundamental tiene que ver con la centralidad del ‘otro’ en nuestras relaciones, se construye lo que Ana Távora (2013) llama vínculo subordinado, ya que el vínculo que establecen las mujeres suele estar orientado hacia el cuidado de los otros y no tanto hacia el desarrollo del proceso de individuación y diferenciación, se construye lo que podríamos llamar una Identidad relacional (Hernando, 2002) que provoca que la mujer se valore y sea valorada en función de su capacidad para cuidar y mantener los vínculos (Jordan, 1991; Miler, 1992; Tavris, 1992; Worel y Remer, 1992 en Moreno, Rodríguez Carrasco y Sánchez, 2009) frente a una individualidad independiente que permita que las mujeres se desarrollen como personas autónomas, sin dejar de lado la importancia de las relaciones con los otros y las emociones, permitiéndolas una conexión emocional consigo mismas, la identificación de sus deseos, y el establecimiento de vínculos igualitarios de reciprocidad e intercambio con las personas importantes de su vida (Távora, 2013)
Esta configuración diferenciada de la psique de los hombres y mujeres tiene un impacto sobre la salud mental, en un estudio de la Organización Mundial de la Salud sobre la Salud de las Mujeres (2009) se advierte que las diferencias de género juegan un papel fundamental sobre la morbilidad psiquiátrica. Mientras que los hombres padecen trastornos mentales más asociados al consumo de alcohol y otras sustancias, las mujeres presentan trastornos generalizados de ansiedad o del estado de ánimo. El informe expone que 73 millones de mujeres adultas en el mundo sufren cada año algún episodio de depresión mayor. En una estadística extraída del mismo informe se observa que entre el 2001 y el 2007 en los países considerados ‘desarrollados’ un 40% de las mujeres entre 20 y 59 años habían recibido tratamiento por trastorno mental moderado o grave, frente a un 30% de los hombres, datos que son revisables porque las mujeres piden más ayuda que los hombres ante casos de malestar psiquiátrico (Montero, 2004). Analizando los casos de suicidios las diferencias de género también son un indicador distintivo, ya que hay más mujeres que expresan conductas autolíticas. Dentro de las causas que favorecen estas conductas encontramos en primer orden los abusos sexuales en la infancia y la violencia dentro de la pareja, entre otros factores de riesgo que están relacionados con la organización patriarcal de la familia.
Y ante este escenario, ¿Qué se puede hacer desde la intervención socioeducativa? ¿Cómo contribuimos a deconstruir estos mandatos de género que no permiten a muchas mujeres expresarse como seres autónomos e independientes y que las mantienen por lo tanto sometidas a sus contradicciones? Ana Távora (2013) sugiere que cualquier clave para el empoderamiento tiene que fundarse en estos principios:
• Aprender a cuidarse
• Construir un yo diferenciado y separado de los otros.
• Aumentar los deseos de autonomía.
• Conocer los mandatos y conflictos de género que influyen en su subjetividad. (Todas esas expectativas que giran en torno a la maternidad, la ideación romántica del amor, el cuerpo, la gestión de la soledad, el deseo, la vivencia de los cuidados, la conciliación del trabajo productivo y reproductivo…)
• Contar con los recursos para elaborar los sentimientos de culpa.
• Reflexionar sobre sus relaciones de pareja.
• Tomar conciencia de los conflictos que aparecen en las relaciones con otras mujeres.
A través de estos parámetros que nos ofrece Ana Távora para el empoderamiento también podemos resignificar la idea de la mujer como víctima, ya que esta identificación ''revictimiza'' y ''resubordina'' a la mujer. El empoderamiento no sólo aborda cómo identificar las conductas masculinas o del patriarcado que transgreden nuestra individualidad, si no, sobre todo, las nuestras propias, cómo nosotras reproducimos valores, conductas e ideas que nos sitúan en la subalternidad. Es importante repensar nuestras relaciones con otras mujeres, nuestro rol como madres y compañeras, identificar qué roles adquirimos en las relaciones de pareja, y cómo hemos construido nuestro deseo en torno a los valores socioculturales, así como reflexionar sobre nuestro papel de cuidadoras sabiendo separar el ‘deseo’ de la ‘exigencia’. En el momento en el que algo nos genere malestar debemos pararnos y pensar si nuestra vida tiene que ver con lo que verdaderamente nos gustaría, así como atender a los miedos que nos asaltan cuando pensamos en generar algún cambio o poner algún límite. Estos miedos muchas veces están relacionados con la posibilidad de que las relaciones se rompan, nos abandonen, nos rechacen o nos encuentren menos deseables, por lo que una vez más el OTRO adquiere un papel fundamental en la construcción de nuestra identidad. Por ello en el trabajo terapéutico o socio educativo con mujeres el abordaje de la individualidad independiente es tan importante. No podemos seguir permitiendo como profesionales de la salud y el bienestar que muchas mujeres estén determinando sus conductas en base a la necesidad de sentirse queridas, ya que este relato es un factor de riesgo en las relaciones violentas. Tenemos que ayudar a construir una narrativa donde no sólo el amor sea el constructo que determine la identidad, si no la definición y fortalecimiento del yo.
Históricamente los modelos terapéuticos y socio educativos han abordado los problemas de autoestima de las mujeres aislándolos de las causas originales. Es una contradicción elaborar hipótesis sistémicas sobre los conflictos relacionales sin insertarlos en un contexto sociocultural concreto y determinado que también define la narrativa de las relaciones, sobre todo si aceptamos la premisa de que familia es el mecanismo por el cual las sociedades y culturas reproducen su hegemonía cultural, social e ideológica. Si asumimos eso, abordar el autoestima y los conflictos relacionales de las mujeres y también los hombres, implica reconocer la importancia de la diferencia sexual y el impacto del género, así como del resto de intersecciones como la etnicidad, la clase, la orientación sexual etc. Pero no sólo para mejorar el autoconcepto individual si no para cuestionar el sistema sexo/género (o el sistema en general) y las limitaciones que impone, construyendo modelos relacionales más igualitarios (Lagarde, 2000)
Para concluir destacar que nuestro papel en la intervención social no sólo debe resumirse a minimizar los malestares individuales y familiares, si no a apostar por la trasformación de la sociedad, donde, entre otras cosas, podamos construir como dice Lagarde (2000) una convivencia de mujeres y hombres sin supremacía ni opresión.
Nota: En este texto se prioriza el análisis de género en relación a la mujer, lo que no significa que en las intervenciones psicoeducativas no haya que abordar un análisis particular para con los hombres, entendiendo que sus narrativas, subjetividades y patrones relacionales están igualmente condicionados por el género. Que este texto no se aproxime a esta realidad no significa que no tenga la misma importancia de cara a construir modelos de relación más igualitarios.
Shaila Fernández.
BIBLIOGRAFÍA
• Hernando, A. (2003). Poder, individualidad e identidad de género femenina en ¿Desean las mujeres el poder? Cinco reflexiones en torno a un deseo conflictivo. Madrid: Minerva.
• Jabardo, M (ed.). (2012) Feminismo negros: Una antología. Madrid: Traficantes de sueños.
• Lagarde, M. (1996). Género y feminismo: Desarrollo humano y democracia. Madrid: Horas y horas.
• Lagarde, M. (2000). Cuadernos Inacabados, claves feministas para la autoestima de las mujeres. Madrid: Horas y horas.
• Montero, Isabel, Aparicio, Dolores, Gómez-Beneyto, Manuel, Moreno-Küstner, Berta, Reneses, Blanca, Usall, Judit, y Vázquez-Barquero, José L.. (2004). Género y salud mental en un mundo cambiante. Gaceta Sanitaria, 18 (Supl. 1), 175-181
• Moreno Fernández, A., Rodríguez Vega, B., Carrasco Galán, M.J. y Sánchez Hernández, J.J. (2009). Relación de pareja y sintomatología depresiva de la mujer: implicaciones clínicas desde una perspectiva de género. Apuntes de psicología, 27, 489-806.
• Távora, A. (2013). Una propuesta para abordar el sufrimiento de las mujeres desde la psicología social y desde la perspectiva feminista. Cuadernos de temas grupales e institucionales, 17.
• World Health Organization. (2009). Women and health: Todays evidence, tomorrow`s agenda. Geneve.
• Braidotti, R. (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómada. Barcelona: Gedisa
Shaila Fernández.